
Damián Castaño, entrega y firmeza en Santander
El torero salmantino reaparece tras una cornada y se impone con verdad a una seria miurada
Por Redacción El Toreo Castellano
Pocas veces una reaparición lleva tanta carga de fondo como la que firmó este martes Damián Castaño en Santander. Cuatro días después de caer herido en Mont de Marsan, volvió a vestirse de luces. Con la cicatriz reciente, la pierna infiltrada y la obligación autoimpuesta de no fallar. Como tantas veces, el esfuerzo de los toreros cuando regresan tras un percance pasa desapercibido fuera del circuito, pero en la plaza y en la memoria de la afición llega a marcar para siempre.
La tarde tenía interés por sí misma, pero en el caso del salmantino sumaba un componente de dureza que no cabía en titulares. Damián Castaño volvió a jugarse el tipo con los de Zahariche en uno de los compromisos que pueden ser para recordar en el resumen de esta temporada.
Una reaparición sin alardes y con fondo
Sin gestos para la galería, el torero apareció desmonterado en el paseíllo, vestido de blanco y plata, el mismo terno que vistió pocos días antes en Pamplona. Reaparecer no era una opción; era una responsabilidad. Y lo hizo sin discursos, pero con hechos. Con la boca cerrada y el alma abierta. A pie firme y con el cuerpo todavía resentido.
Volvió a torear porque esa es la única manera de no dejarse caer del todo. Porque sabe que no habrá muchas más oportunidades de estar en ferias como la de Santiago si no se gana su sitio toreando lo más duro, con el mínimo margen de error.
Faena de verdad ante un Miura imposible
Su primero, Granujito, fue un toro con toda la exigencia de su hierro. Vivo, fiero, sin entrega. Repitió con genio y se metía por dentro en cada muletazo. Durante la faena, una violenta voltereta en la tercera serie lo dejó momentáneamente en el suelo, y pese al susto, Damián volvió a la cara sin mirarse. Un toro que en otro cartel habría pasado sin pena ni gloria por la falta de disposición del torero. No fue el caso.
Damián se impuso, acortó distancias, aguantó la violencia y se echó encima con firmeza y mando. La faena fue una batalla sin alivios, sin concesiones. Se fajó con lo que tenía delante. Terminó la lidia visiblemente mermado y firmó una estocada con entrega. Cortó una oreja, ganada de verdad. pasó por su propio pie a la enfermería, donde fue nuevamente atendido de la cornada sufrida en Mont de Marsan y de un varetazo en la misma pierna volviendo a ser infiltrado. No obstante, regresó después al callejón para prepararse ante su segundo toro.
Otra versión, mismo torero
En el sexto, Gavioto, la historia fue distinta. El toro rompió por el derecho con nobleza, justo de fuerzas pero con bondad. Damián Castaño lo entendió desde el inicio y toreó con templanza, sin prisas, dejando espacio entre tanda y tanda. Por ese lado derecho dejó muletazos de trazo largo, relajado, con planta firme. Por el izquierdo, más corto el recorrido, también extrajo muletazos limpios. El público vio una cara distinta del torero: menos apretado, más suelto, más capaz.
La faena mereció premio, pero un pinchazo previo a la estocada rebajó la petición. Dio la vuelta al ruedo con la misma sobriedad con la que llegó a Santander. Sin gestos. Sin aspavientos.
Una temporada de hierro a cuerpo limpio
Damián Castaño es uno de los toreros que sostienen la temporada desde la trastienda. Ahí donde nadie regala contratos, donde los triunfos duelen y donde cada tarde puede ser tan dura como escasa la recompensa.
Este año ha lidiado corridas de las que se anuncian pocos: Miura, Dolores Aguirre, Valdellán. Y ha salido de ellas revalorizado, solo la espada le ha privado de que hablemos de puertas grandes con esos hierros.
Que un torero así tenga que reaparecer infiltrado para no salirse del circuito dice mucho del sistema, pero también de su dignidad. Santander fue una parada más en ese camino silencioso y difícil. Pero fue también una lección de lo que significa ser torero: callar, torear y volver.
Justicia pendiente en los carteles
No hay que buscar argumentos. Están ahí. Un torero que da la cara con los toros más exigentes del campo bravo, que se gana cada contrato y que responde siempre que se le llama. Hoy Cuatro Caminos fue un ejemplo más.
Damián Castaño merece más sitio. Y la afición, más tardes como la suya.
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